miércoles, 2 de abril de 2014

El espejo y la máscara (Jorge Luis Borges)

Librada la batalla de Clontarf, en la que fue humillado el noruego, el Alto Rey habló con el poeta y le dijo:
-Las proezas más claras pierden su lustre si no se las amoneda en palabras. Quiero que cantes mi victoria y mi loa. Yo seré Eneas; tú serás mi Virgilio. ¿ Te crees capaz de acometer esa empresa, que nos hará inmortales a los dos?
-Sí, Rey -dijo el poeta-. Yo soy el Ollan. Durante doce inviernos he cursado las disciplinas de la métrica. Sé de memoria las trescientas sesenta fábulas que son la base de la verdadera poesía. Los ciclos de Ulster y de Munster están en las cuerdas de mi arpa. Las leyes me autorizan a prodigar las voces más arcaicas del idioma y las máscomplejas metáforas. Domino la escritura secreta que defiende nuestro arte del indiscreto examen del vulgo. Puedo celebrar los amores, los abigeatos, las navegaciones, las guerras. Conozco los linajes mitológicos de todas las casas reales de Irlanda. Poseo las virtudes de las hierbas, la astrología judiciaria, las matemáticas y el derecho canónico. He derrotado en público certamen a mis rivales. Me he adiestrado en la sátira, que causa enfermedades de la piel, incluso la lepra. Sé manejar la espada, como lo probé en tu batalla. Sólo una cosa ignoro: la de agradecer el don que me haces.
El Rey, a quien lo fatigaban fácilmente los discursos largos y ajenos, le dijo con alivio:
-Sé harto bien esas cosas. Acaban de decirme que el ruiseñor ya cantó en Inglaterra. Cuando pasen las lluvias y las nieves, cuando regrese el ruiseñor de sus tierras del Sur, recitarás tu loa ante la corte y ante el Colegio de Poetas. Te dejo un año entero. Limarás cada letra y cada palabra. La recompensa, ya lo sabes, no será indigna de mi real costumbre ni de tus inspiradas vigilias-
-Rey, la mejor recompensa es ver tu rostro-dijo el poeta, que era también un cortesano.
Hizo sus reverencias y se fue, ya entreviendo algún verso.
Cumplido el plazo, que fue de epidemias y rebeliones, presentó el panegírico. Lo declamó con lenta seguridad, sin una ojeada al manuscrito. El Rey lo iba aprobando con la cabeza. Todos imitaban su gesto, hasta los que agolpados en las puertas, no descifraban una palabra. Al fin el Rey habló.
-Acepto tu labor. Es otra victoria. Has atribuido a cada vocablo su genuina acepción ya cada nombre sustantivo el epíteto que le dieron los primeros poetas. No hay en toda la loa una sola imagen que no hayan usado los clásicos. La guerra es el hermoso tejido de hombres y el agua de la espada es la sangre. El mar tiene su dios y las nubes predicen el porvenir. Has manejado con destreza la rima, la aliteración, la asonancia, las cantidades, los artificios de la docta retórica, la sabia alteración de los metros. Si se perdiera toda la literatura de Irlanda -omen absit- podría reconstruirse sin pérdida con tu clásica oda. Treinta escribas la van a transcribir dos veces.
Hubo un silencio y prosiguió.
-Todo está bien y sin embargo nada ha pasado. En los pulsos no corre más a prisa la sangre. Las manos no han buscado los arcos. Nadie ha palidecido. Nadie profirió un grito de batalla, nadie opuso el pecho a los vikings. Dentro del término de un año aplaudiremos otra loa, poeta. Como signo de nuestra aprobación, toma este espejo que es de plata.
-Doy gracias y comprendo -dijo el poeta. Las estrellas del cielo retornaron su claro derrotero. Otra vez cantó el ruiseñor en las selvas sajonas y el poeta retornó Con su códice, menos largo que el anterior. No lo repitió de memoria; lo leyó Con visible inseguridad, omitiendo ciertos pasajes, Como si él mismo no los entendiera del todo o no quisiera profanarlos. La página era extraña. No era una descripción de la batalla, era la batalla. En su desorden bélico se agitaban el Dios que es Tres y es Uno, los númenes paganos de Irlanda y los que guerrearían, centenares de años después, en el principio de la Edda Mayor. La forma no era menos curiosa. Un sustantivo singular podía regir un verbo plural. Las preposiciones eran ajenas a las normas Comunes. La aspereza alternaba Con la dulzura. Las metáforas eran arbitrarias o así lo parecían.
El Rey cambió unas pocas palabras Con los hombres de letras que lo rodeaban y habló de esta manera:
-De tu primera loa pude afirmar que era un feliz resumen de cuanto se ha cantado en Irlanda. Ésta supera todo lo anterior y también lo aniquila. Suspende, maravilla y deslumbra. No la merecerán los ignaros, pero sí los doctos, los menos. Un cofre de marfil será la custodia del único ejemplar. De la pluma que ha producido obra tan eminente podemos esperar todavía una obra más alta.
Agregó con una sonrisa: -Somos figuras de una fábula y es justo recordar que en las fábulas prima el número tres.
El poeta se atrevió a murmurar: -Los tres dones del hechicero, las tríadas y la indudable Trinidad. El Rey prosiguió: -Como prenda de nuestra aprobación, toma esta máscara de oro.
-Doy gracias y he entendido -dijo el poeta. El aniversario volvió. Los centinelas del palacio advirtieron que el poeta no traía un manuscrito. No sin estupor el Rey lo miró; casi era otro. Algo, que no era el tiempo, había surcado y transformado sus rasgos. Los ojos parecían mirar muy lejos o haber quedado ciegos. El poeta le rogó que hablara unas palabras con él. Los esclavos despejaron la cámara.
-¿No has ejecutado la oda? -preguntó el Rey; -Sí -dijo tristemente el poeta-. Ojalá Cristo Nuestro Señor me lo hubiera prohibido.
-¿Puedes repetirla?.: -No me atrevo.
-Yo te doy el valor que te hace falta -declaró el Rey.
El poeta dijo el poema. Era una sola línea. Sin animarse a pronunciarla en voz alta, el poeta y su Rey la paladearon, como si fuera una plegaria secreta o una blasfemia. El Rey no estaba menos maravillado y menos maltrecho que el otro. Ambos se miraron, muy pálidos.
-En los años de mi juventud -dijo el Rey- navegué hacia el ocaso. En una isla vi lebreles de plata que daban muerte a jabalíes de oro. En otra nos alimentamos con la fragancia de las manzanas mágicas. En otra vi murallas de fuego. En la más lejana de todas un río abovedado y pendiente surcaba el cielo y por sus aguas iban peces y barcos. Éstas son maravillas, pero no se comparan con tu poema, que de algún modo las encierra. ¿Qué hechicería te lo dio?
-En el alba -dijo el poeta- me recordé diciendo unas palabras que al principio no comprendí. Esas palabras son un poema. Sentí que había cometido un pecado, quizá el que no perdona el Espíritu.
-El que ahora compartimos los dos -el Rey musitó-. El de haber conocido la Belleza, que es un don vedado a los hombres. Ahora nos toca expiarlo. Te di un espejo y una máscara de oro; he aquí el tercer regalo que será el último.
Le puso en la diestra una daga. Del poeta sabemos que se dio muerte al salir del palacio; del Rey, que es un mendigo que recorre los caminos de Irlanda, que fue su reino, y que no ha repetido nunca el poema.

2 comentarios:


  1. Reflexiones sobre los límites del lenguaje en
    "El espejo y la máscara", de Jorge Luis Borges
    (http://www.ucm.es/info/especulo/numero22/espejo.html)

    ...
    CONCLUSIONES:

    De lo expuesto en las líneas anteriores, se puede afirmar, a manera de conclusión lo siguiente:

    Todo lenguaje es para Borges, una mera "paráfrasis" de la realidad. Como ya lo decía él mismo en 1925, en Inquisiciones.

    El relativismo es la base común a todos los relatos borgeanos. Este relativismo nos incita a ver el mundo en contínuo movimiento, a trascender el aquí y el ahora, a buscar todas las dimensiones posibles, a intentar socavar la realidad.

    Según Borges, el mundo es impenetrable. El Universo es incomprensible a los seres humanos. Cualquier intento por descifrarlo llevará ineludiblemente al fracaso. Sin embargo, "las metafísicas de todos los tiempos no cesan de proponer esquemas".

    Borges plasma en sus narraciones su visión laberíntica del universo. Los relatos borgeanos son por tanto, siempre simbólicos, plurisignificativos. Recordemos que el laberinto es un símbolo dentro del símbolo.

    Dentro del esfuerzo de representar la realidad, tarea de los narradores que Borges asume responsablemente, la dificultad estriba en plasmar esta representación con eficacia. Borges ha elegido el género fantástico para lograr este esfuerzo. Recordemos que la literatura fantástica se sirve de varios argumentos, permite varias lecturas posibles, confunde al lector porque lo coloca en la incertidumbre, rompe las reglas de juego de la realidad, la acosa desde distintos ángulos.

    Cito a Alazraki, en La Prosa Narrativa de Jorge Luis Borges:

    "Los enigmas que rodean nuestra vida podrían simbolizarse- pues los cuentos de Borges son eminentemente simbólicos- como un sendero que se bifurca sin cesar o como una letra mágica, primordial en la que estarían prefiguradas todas las letras y todas las palabras y todos los secretos. Cuanto nos rodea, en suma es misterioso como nosotros mismos".

    Borges capitaliza las hipótesis de las filosofías y las teologías en sus cuentos, para penetrar e interpretar la realidad dentro de la ficción.

    Nuevamente con Alazraki: "Borges ha negado la validez de la metafísica en el contexto de la realidad, pero la ha aplicado a un contexto donde recobra su vigencia; la literatura."

    Termino estas reflexiones citando una líneas de Loy, tomadas por Borges en Otras Inquisiciones, página 162:

    "...no hay en la tierra un ser humano capaz de declarar quién es. Nadie sabe qué ha venido a hacer a este mundo, a qué corresponden sus cantos, sus sentimientos, sus ideas, ni cuál es su nombre verdadero..."

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  2. SIMBOLOGÍA:

    La concepción antigua del arte decía que éste debía ser un reflejo de la realidad, una suerte de mímesis de la naturaleza. El término "espejo", en la tradición cultural desde los griegos, nos habla del concepto de mímesis justamente, de imitación de la realidad. El rey le obsequia al poeta un espejo de plata como recompensa a la primera oda ejecutada. El regalo corresponde perfectamente al motivo que lo causa. En el poema del Ollán hay una descripción minuciosa y prolija de la batalla. La primera oda del poeta es un fiel reflejo de la realidad, de la realidad que es observable a través de los sentidos, un espejo de ella.

    El término "máscara", alude al teatro griego, a la comedia, a la tragedia. En latín persona significa máscara. La finalidad de la máscara en el teatro griego era ocultar la propia apariencia, para que un solo actor pudiera representar muchos personajes sólo cambiándose de máscara. El rey le obsequia una máscara de oro al poeta por su segunda loa, la cual ya no era una descripción lineal de la batalla, sino que era de acuerdo al Rey: “la misma batalla”.

    Podemos concluir que el poeta de la fábula había logrado de alguna manera aprehender la realidad mediante el lenguaje. En efecto, el segundo poema, exento de artificios, se acerca al núcleo, no es la apariencia lo que muestra, hay una ruptura con la literatura anterior, el lenguaje se rompe. La batalla ensalzada en la oda tiene su correlato en el esfuerzo realizado por el poeta al escribir el poema; él también libró su propia batalla con el lenguaje. En esta segunda oda hay pues, un lenguaje de ruptura que evita la descripción como en el primer poema y permite apreciar la capacidad creativa del mejor usuario del idioma; el poeta. El rey decide que se guarde en un cofre de marfil el único ejemplar.

    El tercer poema que constaba de una sola línea, dicha en un susurro cual si fuera una blasfemia, y sólo oída por el Rey, es el más breve, el más intenso, el más penetrante, es la maravilla síntesis de todas las maravillas, es algo así como el Aleph. El poeta alcanza el Absoluto Estético, es un poema "revelación", que ha aprehendido la realidad tal cual, que manifiesta la verdad, lo real, en términos de Platón; la episteme. El poeta ha logrado superar los límites del lenguaje, trascender. El rey le regala al poeta una daga como tercer premio y el poeta sabe bien lo que debe hacer con ella. El haber trasgredido los límites del lenguaje lo desautoriza para vivir entre los hombres. Ha cometido una "hamartía" como dirían los griegos; ha ido más allá de sus propios límites como ser humano. Ha “destruído” el lenguaje al trascenderlo, y por tanto debe destruirse también. El Rey, en su condición de testigo de la maravilla, ya no puede seguir siendo rey, ni pronunciar lo impronunciable, lo inefable. Su destino será en adelante el de una sombra que deambule sin rumbo.

    En la medida en que el poema se va haciendo más perfecto, el hombre representado por el poeta, se va acercando más a su auto aniquilación, a su destrucción; porque comprender el vasto universo es infinitamente superior a sus fuerzas y a su capacidad.

    (© María Elvira Luna Escudero-Alie 2002
    Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

    El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero22/espejo.html)

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