viernes, 22 de febrero de 2013

La historia de Eliahu.



En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo
Eliahu de rodillas, al lado de unas palmeras datileras.
Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis para que sus camellos
abrevaran y vio a Eliahu sudando mientras parecía escarbar en la arena.
-¿Que tal, anciano? La paz sea contigo.
-Contigo —contestó Eliahu sin dejar su tarea.
-¿Qué haces aquí, con este calor y esa pala en las manos?
-Estoy sembrando —contestó el viejo.
-¿Qué siembras aquí, bajo este sol terrible?
-Dátiles -—respondió Eliahu mientras señalaba el palmar a su alrededor.
-¡Dátiles! —repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor
estupidez del mundo con comprensión. El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo.
Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de anís que traigo conmigo.
-No, debo terminar la siembra. Luego, si quieres, beberemos...
-Dime, amigo. ¿Cuántos años tienes?
-No sé... Sesenta, setenta, ochenta... No sé... Lo he olvidado. Pero eso, ¿qué importa?
-Mira, amigo. Las datileras tardan más de cincuenta años en crecer, y recién cuando se
convierten en adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no te estoy deseando el
mal, y lo sabes. Ojalá vivas hasta los ciento un años; pero tú sabes que difícilmente
podrás llegar a cosechar algo de lo que hoy estás sembrando. Deja eso y ven conmigo.
-Mira, Hakim, yo he comido los dátiles que sembró otro, alguien que no pensó en
comerlos. Siembro hoy para que otros puedan comer mañana los dátiles que estoy
plantando...Aunque sólo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi
tarea.


-Me has dado una gran lección, Eliahu. Déjame que te pague esta enseñanza que hoy me
has dado de la única manera que puedo —y diciendo esto, Hakim puso en la mano del
viejo una bolsa de cuero llena de monedas.
-Te agradezco tus monedas, amigo.
Eliahu se arrodilló y tiró las semillas en los agujeros que había hecho mientras decía:
-Los caminos de Alá son misteriosos...Ya ves, tú me pronosticabas que no llegaría a
cosechar lo que sembrara. Parecía cierto y, sin embargo, fíjate lo que sucedió, todavía
no he acabado de sembrar y ya he cosechado una bolsa de monedas, la gratitud y la
alegría de un amigo.

Del libro Recuentos para Demian (J.Bucay)

1 comentario:

  1. Esta reflexión, no es mía pero coincido 100%

    Me gusta este cuento porque descubrí al escucharlo que también mi disfrute puede ser tu
    disfrute, que también gozo viendo a otros disfrutar de lo que yo planté.
    Descubrí que es indudablemente un privilegio poder hacer crecer un árbol y terminar,
    por decisión, regalando sus frutos. Sembrar para que alguien (importante como uno
    mismo) pueda recoger la cosecha y entonces darse cuenta de que ésa es quizá, la mejor
    razón para la siembra.
    Descubrí, alguna vez, que quería ayudar a otros a encontrar su camino.

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